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“Velázquez” Velázquez bien vale una exposición en París
au Grand Palais, Paris

du 25 mars au 13 juillet 2015



www.grandpalais.fr

 

© Anne-Frédérique Fer, vernissage presse, le 24 mars 2015.

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Légendes de gauche à droite :
1/  Diego Velázquez, Allégorie féminine (Muse ? sibylle ?), vers 1645-1655, huile sur toile , 64 x 58 cm. Dallas, Meadows Museum. © Meadows Museum - SMU, Dallas / photo Michael Bodycomb
2/  Diego Velázquez, Portrait de l’infant Baltasar Carlos sur son poney, 1634-1635, huile sur toile, 211,5 x 177 cm. Madrid, Museo Nacional del Prado. © Madrid, Museo Nacional del Prado.
3/  Diego Velázquez, Vénus au miroir, vers 1647-1651, huile sur toile, 122,5 x 177 cm. Londres, the National Gallery. © The National Gallery.

 


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Interview de Guillaume Kientz, commissaire de l’exposition,
par Anne-Frédérique Fer, à Paris, le 24 mars 2015, durée 4'46". © FranceFineArt.

 


texte de Sylvain Silleran, rédacteur pour FranceFineArt.

 

Cette rétrospective de l'œuvre de Velázquez est une première en France, elle retrace l'œuvre du peintre, de l'apprentissage auprès de ses maîtres jusqu'à son influence sur ses disciples. Outre la découverte d'un artiste incontournable de l'histoire de la peinture, il nous est donné de comprendre ce qui en fait un artiste unique.

L'Immaculée Conception pose les premiers jalons d'un renouveau. Abandonnant les couleurs de ses prédécesseurs, Velázquez se concentre sur une palette réduite, opposant des bleus sombres, des pourpres à des teintes terreuses, ocres s'éclaircissant jusqu'au jaune. La lumière est franche, délimitant les traits du visage et les plis du drapé.

Loin des mises en scènes classiques, de leur abondance d'étoffes et de détails, les scènes bibliques montrent des figures ordinaires de paysans, une simplicité de matières, des objets rustiques. L'apparente pauvreté des saints laisse place à un discours non plus religieux mais spirituel. Cette vision naturaliste va vers l'essentiel : la dynamique du mouvement, la direction des regards. Le traitement des différents éléments du tableau, débarrassés de tout détail superflu, dirige l'œil du spectateur le long du fil d'un récit. Le rendu légèrement flouté de la Toilette de Vénus transcende le descriptif pour creuser plus profondément l'idée de beauté, de sensualité et de narcissisme. Ainsi le tableau cesse d'être une image pour devenir un questionnement.

Comme portraitiste de la cour, Velázquez développe une virtuosité sans égale, s'attachant à chercher avant tout la peinture des caractères. Ses sujets, pourtant figés dans leurs poses, s'animent sous l'impulsion de leurs farouches volontés. Tout sur la toile converge vers le visage au centre duquel un regard fixe le spectateur, s'attache à lui, révèle la personnalité d'un homme, d'une femme, d'un enfant. Roi, noble, bouffon, inquisiteur exposent la profondeur de leurs âmes. Pourtant l'expression glaçante, effrayante du pouvoir se mêle à celle du doute, de la vulnérabilité de l'humain engoncé dans son costume. Le style change subtilement de portrait en portrait, le trait précis devient flou, la couleur fluide s'épaissit pour se faire pâteuse, la technique perfectionnée jusqu'au point d'être multiple.

La scénographie nous en offre une parfaite illustration, en exposant dans la même salle deux portraits identiques, du pape Innocent X par Pietro Martire Neri et Velázquez. Si l'un représente le pape avec une talentueuse richesse de détails, celui de Velázquez nous montre l'homme qui est pape.

Ce parcours à travers la vie de Velázquez, la diversité de ses œuvres, nous montrent un artiste expérimentant sans cesse, affinant une technique jusqu'à la perfection pour la réinventer. Il passe d'un réalisme modelé, velouté à des contrastes anguleux se dirigeant vers l'aplat, parfois sur une même toile. La maîtrise de la peinture est pour lui un instrument qui sert à sonder les âmes.

Sylvain Silleran

 


Velázquez bien vale una exposición en París

Texto de Mathilde Jamin, redactora para FranceFineArt.

 

“Con paciencia se llega al cielo” dice el refrán. Con paciencia se llega a París que diría el “pintor de los pintores” como lo llamaba Manet, si llegara a ver la exposición que se le dedica en la capital francesa del 25 de marzo al 13 de de julio de 2015. Deseando conocer París depués de su segundo viaje a Italia, Velázquez tuvo que renunciar a ese proyecto por las amenazas de guerra de aquel entonces. Y aunque de forma póstuma, cuatro siglos después, recupera el tiempo perdido, para gran goce de sus admiradores. Él que tardó más de dos siglos en darse a conocer al público francés, se ruborizaría al ver la multitud de gente que ansía entrar en el Grand Palais, para poder acceder a la anhelada exposición. Ya iba siendo hora de que en Francia se le rindiera un digno homenaje al precursor de los impresionistas, organizándole su primera retrospectiva.

No menos de 57 obras (casi la mitad de la obra del sevillano), componen el recorrido cronológico que le permite al espectador emprender un verdadero viaje en el tiempo, mediante una escenificación pertinente que, al jugar con la intensidad de la luz y la geometría de las salas, pone de relieve los cuadros de manera magistral. A pesar de que el Museo del Padro posea gran parte de la obra del pintor, la mayoría de las obras procede de museos extranjeros o de colecciones privadas. Y eso es lo que hace que esta exposición sea tan singular. Si el espectador espera ver las obras más famosas del pintor, que cruce los Pirineos y que complete su visita yendo al museo del Prado que tan solo accedió a prestar siete obras de su extraordinaria colección.

Desde los inicios del pintor en Sevilla, con su amo Pacheco, hasta sus últimos años, la exposición pretende ofrecerle al público un panorama completo de su obra, siempre cotejándola con la de pintores de su entorno que lo influyeron o que se nutrieron de su obra.

La primera sección se abre con un diálogo visual entre las primeras obras de Velázquez y las de sus contemporáneos, mostrándonos la emulación que pudo recibir el pintor durante sus tempranos años de formación en el taller de su maestro. Esta confrontación de las obras permite dar cuenta de lo innovador que empieza a ser Velázquez, introduciendo en sus cuadros religiosos sencillez y naturalismo, resaltando, así lo espiritual. Esta vena naturalista se hace más evidente en los cuadros que ocupan las salas contiguas. Arte de poco mérito, el bodegón era despreciado entonces por la mayoría de los pintores. Al inspirarse en la multitud de gente humilde que observa en las calles de Sevilla, Velázquez rompe con la mayoría de sus contemporáneos. Es más, consigue darle dignidad al género, representando objetos y personas ordinarias con una creatividad y una originalidad jamás vistas : escenas de tabernas, de cocinas que abren sus puertas a personajes de clase humilde, pícaros como los que, en el Siglo de Oro, poblaban las novelas españolas. En este sentido la visión de Velázquez destaca por su benevolencia hacia estos personajes. Basta con ver los cuadros Escena de taberna y Tres músicos, para sentirlo de inmediato. El primer cuadro, nos recuerda a Lazarillo de Tormes : representa a un adolescente frente a un hombre mayor, seguramente su amo, en el ambiente sombrío de una taberna. No son miserables, visten ropa decente y se comportan con dignidad, al esperar tranquilamente a que los atienda la tabernera. Los alimentos que yacen en la mesa gozan de mucha sobriedad, contrastando con los bodegones flamencos de la misma época y recordando la solemnidad y la sencillez de los bodegones de artistas contemporáneos a Velázquez y que también contribuyeron a renovar el género (Sánchez Cotán y Zurbarán entre otros). El claroscuro que destaca tanto en el primer cuadro como en el segundo muestra el camino que se abre hacia un tenebrismo cercano al de Caravaggio y que Velázquez seguirá explorando en los cuadros que componen la sección siguiente : sus primeros retratos, mezcla de divino y de profano.

Gracias a este género, se inicia un cambio en la carrera del pintor, siendo éste nombrado pintor oficial del rey, cargo de máximo prestigio. Su primer viaje a Italia marca otro hito en su manera de pintar : pinceladas sueltas como podemos apreciar con La Villa Medicis, llegarán a ser la técnica privilegiada por el pintor al representar a la familia de Felipe IV, a la que la exposición dedica un espacio bastante amplio. Los retratos de Baltasar Carlos y de Felipe IV abundan, así como la representación de los personajes de la corte y de otros miembros de la Familia Real. En ellos se puede apreciar el virtuosismo del pintor que a pesar de representarlos posando, logra penetrar con suma maestría, en la intimidad de su alma.

La Venus en el espejo marca un momento clave en la exposición : ocupa, junto con una estatua de un hermafrodita que Velázquez habría comprado para el rey durante su viaje a Italia, una sala semi-circular. El espectador puede pararse a admirar esta alegoría tanto del amor y de la belleza como de la pintura.

La última sección muestra como en la misma época, la obra de Velázquez pudo influir a su contemporáneos y, a falta de ver Las Meninas que no pueden salir del Museo de Prado, los espectadores podrán observar la versión que hizo de ellas Juan Bautista del Mazo, antes de poder contemplar el magistral autorretrato que pintó Velázquez pocos años antes de su muerte así como el impresionante caballo blanco que utilizó como prototipo de sus retratos ecuestres.

A través de este recorrido, el espectador podrá darse cuenta de lo que hace de Velázquez un pintor innovador y polifacético : un artista único en la Historia del arte.

Mathide Jamin

 


extrait du communiqué de presse :

 

commissaire : Guillaume Kientz, conservateur au département des Peintures du musée du Louvre.



Né à Séville en 1599, Velázquez est l’une des plus importantes figures de l’histoire de l’art, tout style et toute époque confondus. Chef de file de l’école espagnole, peintre attitré du roi Philippe IV, au moment où l’Espagne domine le monde, il est le strict contemporain de Van Dyck, Bernin et Zurbaran, bien que son art ne l’élève à une intemporalité que seuls peuvent lui disputer les noms de Léonard, Raphaël, Michel-Ange, Titien, Caravage et Rembrandt.

Formé très jeune dans l’atelier de Francisco Pacheco, peintre influent et lettré de la capitale andalouse, il ne tarde pas à s’imposer et, encouragé par son maître devenu aussi son beau-père, décide de tenter sa chance à la Cour de Madrid. Après une première tentative infructueuse, il est finalement nommé peintre du roi en 1623 marquant le début d’une ascension artistique et sociale qui le mène aux plus hautes charges du palais et au plus près du souverain.

Sa carrière est rythmée par deux voyages déterminants en Italie, le premier autour de 1630, le second autour de 1650, et par les naissances et décès successifs des héritiers au trône. Maître dans l’art du portrait, dont il libère et renouvelle le genre, il n’excelle pas moins dans le paysage, la peinture d’histoire ou, dans sa jeunesse, la scène de genre et la nature morte.

Bien qu’il soit l’un des artistes les plus célèbres et admirés hier comme aujourd’hui, aucune exposition monographique n’a jamais montré en France le génie de celui que Manet a consacré « peintre des peintres ». La rareté de ses tableaux (à peine plus d’une centaine) et leur légitime concentration au musée du Prado (Madrid) rendent particulièrement difficile l’organisation d’une rétrospective complète. C’est cependant le défi relevé par le musée du Louvre et le Grand Palais qui joignent leur force en collaboration avec le Kunsthistorishes Museum de Vienne et avec l’appui généreux du musée du Prado. Certains prêts tout à fait exceptionnels ont ainsi pu être obtenus à l’instar de la Forge de Vulcain (Prado) et de la Tunique de Joseph (Escorial), de même que des chefs-d’oeuvre absolus comme la Vénus au miroir (Londres, National Gallery) ou le Portrait d’Innocent X (Rome, Galleria Doria Pamphilj) - si cher à Francis Bacon -, deux icônes universelles de l’histoire de l’art.

L’exposition entend présenter un panorama complet de l’oeuvre de Diego Velázquez, depuis ses débuts à Séville jusqu’à ses dernières années et l’influence que son art exerce sur ses contemporains. Elle se donne en outre pour mission de porter les principales interrogations et découvertes survenues ces dernières années, exposant, dans certains cas pour la première fois, des oeuvres récemment découvertes (L’Education de la Vierge [New Haven, Yale Art Gallery] ; Portrait de l’inquisiteur Sebastian de Huerta [collection particulière]).

Une première section s’attache à évoquer le climat artistique de l’Andalousie au début du XVIIe siècle, mettant en perspective les premières oeuvres de Velázquez et restituant l’émulation de l’atelier de Pacheco autour de peintures et de sculptures d’Alonso Cano et Juan Martinez Montañés.

Vient ensuite le moment d’aborder la veine naturaliste et picaresque de la peinture de Velázquez autour de ses scènes de cuisine et de taverne, en insistant particulièrement sur les concepts de variation et de déclinaison des motifs.

Autour de 1620, le style du peintre évolue vers un caravagisme plus franc. Cette période correspond aux premiers contacts de l’artiste avec Madrid et la peinture qu’on y trouve et qui s’y produit. Cette partie de l’exposition, assurant la transition entre les années de formation à Séville et la première époque madrilène, présente ainsi les oeuvres du peintre parmi celles de ses contemporains, espagnols ou italiens, qui partagèrent cette adhésion à une peinture plus «moderne». Enfin, les débuts du peintre à la cour voient évoluer sa conception du portrait, passant d’un naturalisme bouillonnant à des formules plus froides et solennelles en accord avec la tradition du portrait de cour espagnol.

Tournant important de son art comme de sa carrière, le premier voyage en Italie de l’artiste est illustré par des oeuvres qui pourraient avoir été exécutée à Rome ou immédiatement à son retour (Vue des jardins de la Villa Médicis, Rixe devant une auberge…). Ces chefs-d’oeuvre de la première maturité offrent en outre l’occasion d’aborder un aspect peu exploré de son oeuvre : le paysage. Stimulé par l’exemple de Rubens, Velázquez confère une fraîcheur et une liberté aux arrières-plans de ses portraits en extérieur réalisés pour les différentes résidences royales.

La partie centrale de cette deuxième section est consacrée à la figure de Baltasar Carlos. Fils chéri et héritiers attendu de la Couronne, il incarne tous les espoirs dynastiques des Habsbourg d’Espagne au moment où le règne de Philippe IV est lui-même à son apogée. A mi-parcours, l’exposition s’arrête sur la peinture mythologique, sacrée et profane de Velázquez dont la Vénus au miroir constituera le point d’orgue.

La troisième et dernière partie est dédiée à la dernière décennie du peintre et à son influence sur ceux que l’on appelle les vélazquésiens (velazqueños).

Cette section consacre largement l’importance du peintre en tant que portraitiste, à la Cour de Madrid dans un premier temps, puis à Rome autour du pape Innocent X à l’occasion de son second voyage italien. A cette occasion seront évoqués deux de ses collaborateurs importants et demeuré dans l’ombre du maître : l’Italien Pietro Martire Neri et Juan de Pareja, esclave affranchi et assistant du peintre.

Il s’agit enfin de présenter les derniers portraits royaux exécutés par le maître espagnol, en regard de ceux de son gendre et plus fidèle disciple : Juan Bautista Martinez del Mazo. Une salle, dédiée à ce dernier, témoigne des derniers feux du styles de Velázquez, autour du tableau de La Famille du peintre de Vienne et de la version réduite des Ménines de Kingston Lacy, avant que d’autres influences, celle de Van Dyck notamment, ne s’exerce sur les peintres de la génération suivante dont le plus virtuose, Carreño de Miranda, nous livre les impressionnantes dernières images des derniers Habsbourg d’Espagne.

Cette exposition est organisée par la Réunion des musées nationaux - Grand Palais et le musée du Louvre, Paris en collaboration avec le Kunsthistorisches Museum, Vienne. Une première étape de la manifestation, dans un format réduit, a été présentée à Vienne, au Kunsthistorisches Museum, du 28 octobre 2014 au 15 février 2015